sábado, 24 de diciembre de 2011

Los Mejores Años de Nuestras Vidas, capítulo 6

Por Marina:

   Despues de contarle a Sofía cada detalle del verano, me sentí mucho mejor. Ella, sin ninguna expresión, me miraba, sin decir nada.
   -¿Entonces ahora fumas?-dijo, y sin esperar una respuesta, añadió- ¿y has salido con un solo chico?
   -Sí-dije, mirándola a los ojos.
   Y, para quitar peso a todo lo que acababa de decir, pregunté:
   -¿Y tu? ¿Que has hecho este verano?
   Sofía se quedó parada, sin decir absolutamente nada, sentada en el banco, como había estado durante mi relato. Se levantó, y, sin decir una palabra se fué. Ella no era así. Si estuviese sorprendida, hubiese gritado. Si estuviese enfadada, hubiese gritado. En realidad, en casi cualquier situación, Sofia hubiese gritado.
   Pero no. No estaba feliz, ni triste, ni enfadada, ni sorprendida. Porque entonces hubiese gritado, ¿no? Era otra cosa. Y, cuando ví sus ojos color avellana mirando al suelo, y sus pasos lentos que no iban a ninguna parte, me dí cuenta. Estaba decepcionada.
   Cuando me puse delante suya para que no pudiera seguir andando, me dí cuenta de lo que había crecido mi mejor amiga durante el verano. Ella nunca había sido alta, pero ya no era tan diminuta como el año pasado.
   Levantó la vista, y me miró. Se quedó en silencio durante un tiempo, y pude observar los detalles de su rostro. Sus ojos eran castaño claro, muy suave, nada que ver con los mios, que eran color dorado. Cuando nos conocimos en primaria, ella era una preciosa niña rubia, pero su pelo se había oscurecido en estos años hasta ser castaño claro. Tenía algunas pecas, que hacían de su alegre e infantil. Pero en ese momento no era ninguna de las dos cosas.
   -¿Por...?-tartamudeó, con su voz suave, dulce, y algo aguda-¿Por qué? ¿Por qué te has liado con eso chico? Casi... ¿lo haceis? ¿Por qué fumas? ¿Por qué?
   Al principio me dispuse a reir, pero luego me dí cuenta de que lo decía muy en serio.
   Y, al entrar en clase, no me habló, ni me mandó otitas, ni se puso a hacer bromas sobre los profesores.
No se puede haber enfadado conmigo, pensé. No tiene ninguna razón. Pero sí que la tenía. Yo había salido con James, me había comportado como esas chicas de las que las dos nos burlábamos al ver realities de MTV.
   Pero, a la salida, hablamos sobre sandalias. No, ni una palabra de lo que le había contado en el patio. Se podría pensar que eso era bueno, pero no. Cuando Sofía, que siempre hablaba como un loro, no hablaba sobre algo, era porque no quería. Y cuando Sofía no quería hablar de algo, era porque algo malo pasaba.